xoves, 8 de marzo de 2012

A mi madre - A miña nai

Hoxe, 8 de marzo, conmemorase o Día Internacional da Muller Traballadora, por iso quero facerlle esta pequena homenaxe a un ser tan especial para min, como foi miña nai: muller incansable, loitadora e traballadora como ela sola. Recoñecida como tal hoxe en día pola maioría da xente que a tratou, a pesares de que nos deixou hai máis de 34 anos, cando tan só contaba 44.

Voa mostra dilo é que días despois de terme a min, tívose que incorporar ó seu traballo na forestal, polo que lle quedaron secuelas nunha man. Eran outros tempos, moito máis difíciles que hoxe en día.
Veciños e veciñas de Salcedo (Pontevedra) traballando na forestal
Aquel traballo e penuria consistía, primeiro camiñar varios quilómetros monte arriba, para segundo a tarea do día, abrir pistas con picos e sachos ou plantar pinos. O sustento diario a maioría das veces consistía nunha fiambreira de bólicos frixidos con graxa do porco ou se había algo de touciño no baño, cortalo en anacos e con masa de millo facer un palmaso, especie de tortilla, pero sen ovos.

Cando nos mudamos a Quintáns, entrou a traballar na empresa dun veciño de Porto do Son, coñecido coma O Portugués, que facía obras para o Concello. O seu traballo, pola súa fortaleza física, estaba equiparado ao dun home e como tal, dedicábase a romper pedras con unha maza para facelo murrillo coa que se cimentaron moitas rúas de O Son. O seu día a día, a parte das horas de traballo era camiñar 12 quilómetros. Tres facíaos pola maña e pola mediodía para vir a comer, pero sobre todo, para darnos a meu irmán e a min. Pola tarde facía o resto e así, hasta que tamén o deixou, moi a pesar do seu xefe, para dedicarse a colaborar na construción da nosa casa, dándolle servizo aos albaneis.
Con esta lembranza aproveito para dedicarlle alí onde estea, este fermoso poema que Rosalía de Castro adicou á súa e con ilo, dou rematado as homenaxes que lle vin facendo con motivo do seu 175 aniversario.


"A mi madre", 1863

I
¡Cuán tristes pasan los días!...
¡cuán breves... cuán largos son!...
Cómo van unos despacio,
y otros con paso veloz...
Mas siempre cual vaga sombra
atropellándose en pos,
ninguno de cuantos fueron,
un débil rastro dejó.

¡Cuán negras las nubes pasan,
cuán turbio se ha vuelto el sol!
¡Era un tiempo tan hermoso!...
Mas ese tiempo pasó.
Hoy, como pálida luna
ni da vida ni calor,
ni presta aliento a las flores,
ni alegría al corazón.

¡Cuán triste se ha vuelto el mundo!
¡Ah!, por do quiera que voy
sólo amarguras contemplo,
que infunden negro pavor,
sólo llantos y gemidos
que no encuentran compasión...
¡Qué triste se ha vuelto el mundo!
¡Qué triste le encuentro yo!...

II
¡Ay, qué profunda tristeza!
¡Ay, qué terrible dolor!
¡Tendida en la negra caja
sin movimiento y sin voz,
pálida como la cera
que sus restos alumbró,
yo he visto a la pobrecita
madre de mi corazón!

Ya desde entonces no tuve
quien me prestase calor,
que el fuego que ella encendía
aterido se apagó.
Ya no tuve desde entonces
una cariñosa voz
que me dijese: ¡hija mía,
yo soy la que te parió!

¡Ay, qué profunda tristeza!
¡Ay, qué terrible dolor!...
¡Ella ha muerto y yo estoy viva!
¡Ella ha muerto y vivo yo!
Mas, ¡ay!, pájaro sin nido,
poco lo alumbrará el sol,
¡y era el pecho de mi madre
nido de mi corazón!

I
¡Ay!, cuando los hijos mueren,
rosas tempranas de abril,
de la madre el tierno llanto
vela su eterno dormir.

Ni van solos a la tumba,
¡ay!, que el eterno sufrir
de la madre, sigue al hijo
a las regiones sin fin.

Mas cuando muere una madre,
único amor que hay aquí;
¡ay!, cuando una madre muere,
debiera un hijo morir.

II
Yo tuve una dulce madre,
concediéramela el cielo,
más tierna que la ternura,
más ángel que mi ángel bueno.

En su regazo amoroso,
soñaba... ¡sueño quimérico!
dejar esta ingrata vida
al blando son de sus rezos.

Mas la dulce madre mía,
sintió el corazón enfermo,
que de ternura y dolores,
¡ay!, derritióse en su pecho.

Pronto las tristes campanas
dieron al viento sus ecos;
murióse la madre mía;
sentí rasgarse mi seno.

La virgen de las Mercedes,
estaba junto a mi lecho...
Tengo otra madre en lo alto...
¡por eso yo no me he muerto!
.......................
IV
Ya toda luz se oscureció en el cielo,
cubriéronse de luto las estrellas,
y de luto también se cubrió el suelo,
entre risas, gemidos y querellas.

Todo en profunda noche adormecido,
sólo el rumor del huracán se siente
y se parece su áspero silbido
al silbido feroz de una serpiente.

¡Cuán tenebrosa noche se prepara!...
Mas al abrigo de amoroso techo,
grato es pensar que la hórrida tormenta
no ha de agitar la colcha de mi lecho.
...................
VIII
Nunca permita Dios que yo te olvide,
mi santa, mi amorosa compañera:
¡Nunca permita Dios que yo te olvide
aunque por tanto recordarte muera!

Venga hacia mí tu imagen tan amada
y hábleme al alma en su lenguaje mudo
ya en la serena noche y reposada,
ya en la que es parto del invierno crudo.

Y que en tu aislado apartamiento fiero,
tan ajeno del hombre y su locura,
velen, mi llanto y mi dolor primero,
al lado de tu humilde sepultura.
......................
III
Como en un tiempo dichoso
fui al campo por la mañana,
que estaba hermosa y risueña,
que fresca y galana estaba;
fuime al romper de la aurora,
cuando tocaban al alba,
cuando aún los hombres dormían
y los jilgueros cantaban,
saltando de rosa en rosa,
volando de rama en rama.

Con su murmurio apacible,
solita la fuente estaba,
bajo el castaño frondoso
que tiernamente la guarda.
Y estaba la verde yerba
toda cubierta de escarcha.
Las tenues lejanas nieblas,
cual vaporosos fantasmas,
vagaban tristes y errantes
sobre las altas montañas.

El lejano campanario
sobre las nieblas se alzaba,
con sus graciosos festones,
con su armoniosa campana.
Y en torno al humilde templo,
bajo su sombra guardadas,
veíanse humildes chozas,
aun más que la nieve blancas.

¡Cuánta pureza en la atmósfera!
¡Cuánta dulcísima calma,
del cielo azul descendiendo,
en torno se respiraba!
Mas yo vestida de luto
y aun más enlutada el alma,
bajo las ramas del bosque
bajo las ramas paseaba,
soñando en sueños de muerte
que nos rasgan las entrañas.
Paseaba yo silenciosa,
paseaba yo solitaria,
mientras las aguas del río
camino del mar rodaban.
En vano, en vano buscando
al ángel de mi esperanza
que con sus alas ligeras,
hacia los cielos tornara.
¡Pobre ángel! pobre ángel mío...
¡Cuánto en la tierra te amaba!
¡Mas cómo no amarte cuando
tus alas me cobijaban,
si fueron ellas mi cuna,
la cuna en que me arrullabas.
Si fueron mi dulce aliento
y el paño, ay, Dios, de mis lágrimas!
Hora corren hilo a hilo.
Hora mis mejillas bañan,
bañan la tierra que piso
y en su amargura me empapan,
mas nadie viene, ángel mío,
¡ay!, nadie viene a enjugarlas.
..............................

Ya el sol bañaba las cumbres
de las risueñas montañas,
ya disiparan las nieblas,
las brisas de la mañana;
ya despertaran los hombres,
ya no tocaban al alba,
cuando torné de los campos,
paso tras paso a mi casa.
Dejárala silenciosa
cuando salí a la mañana,
y silenciosa a mi vuelta,
más que las tumbas estaba.
En la solitaria puerta
no hay nadie... ¡nadie me aguarda!
ni el menor paso se siente
en las desiertas estancias.
Mas hay un lugar vacío
tras la cerrada ventana,
y un enlutado vestido
que cual desgajada rama
pende en la muda pared
cubierto de blancas gasas.
No está mi casa desierta,
no está desierta mi estancia...
Madre mía... madre mía,
¡ay!, la que yo tanto amaba,
que aunque no estás a mi lado
y aunque tu voz no me llama,
tu sombra sí, sí... tu sombra,
¡tu sombra siempre me aguarda!

Muchos lloran y lloran y se quejan,
y entre quejas y llantos y suspiros,
que hijos son del dolor,
la ruda fuerza del dolor mitigan,
cantando al son de lira cariñosa
con plañidera voz.
Yo ni lloro, ni canto, ni me quejo,
mas en mi seno recogida guardo
la hiel del corazón;
y por eso, vivir, vivo muriendo,
que sentir nadie sin morir pudiera,
¡ay, lo que siento yo!

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